El insomnio
es el peor de los males humanos,
yo lo he vivido en carne propia
durante días,
durante meses,
sentado en una cama mullida
que me ofrece sus brazos
como una madre sostiene a un bebe recién nacido.
Las ojeras inundan mi cara
como una ola eterna,
nunca rota por un rompeolas
ni por el cadáver de algún marinero,
siempre está la espuma,
como huella indeleble de su paso.
Veo el paso
de la luna y del sol,
como juegan una carrera
que nunca se termina,
a veces olvido
quien persigue a quien,
si el sol quiere tragarse a la pequeña piedra
o la luna quiere fundirse en un sueño abrazador.
Los sueños ya no me acechan
los he perdido todos,
ya no tengo porque temer
la muerte en diferentes planos,
mi cuerpo atravesado por balas,
mis amigos alcanzados por un perseguidor oculto
una sombra que siempre
esta sobre la nuca de alguien;
esa sensación de completa impotencia
cuando tus piernas fallan
(piernas de fideos, piernas endebles como la goma)
y caes
en un abismo liquido que se torna negro
no ha vuelto más.
Lo único que lamento
es no cerrar los ojos,
olvidar que me rodea
una pocilga putrefacta,
que tengo que esconderme
detrás de este lenguaje rimbombante,
de esta máscara del siglo dieciocho
que me queda tan bien,
para poder seguir adelante.
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