Si me preguntaran
es contestaría que los desconozco,
que las frases que intercambiamos
entre risas y bailes,
se han acabado como
la tinta en un pergamino se seca.
Hay ropa y lugares
que no puedo dejar de ver
con esos ojos que alguna vez tuve,
son personas y gestos,
dientes y barbillas,
manos que parecen poseídas por la muerte,
estancados en un dique,
un pozo desértico
que lentamente se infecta de bacterias;
agua enturbiada por sales y
lágrimas;
hay gritos escondidos,
palabras nunca pronunciadas
en la luna del inescrutable.
Ahora tengo una sed que cala hasta los huesos.
El pozo se tiene que secar,
dejar que la arena lo cubra
como un manto cálido y purificador;
el reloj de arena cae grano por grano
en cámara lenta
dejando ver un brillo dorado
que opacará el verde del agua
que ya no me pertenece
hasta dejar una pequeña tumba
sin epitafio
y sin lápida,
una tumba para el olvido nocturno
que es el refugio del coyote y
la serpiente;
la memoria se evapora
como las últimas gotas
del río.
Lo que existió ya nunca sera
porque nunca fue, por que el espejismo
se desvanece entre las redes
del fuego y del delirio.
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